Los datos de Francia del verano de 2017 son elocuentes. En un país de 67 millones de habitantes, el 42% ha ido a votar, y tan solo un millón de votos fueron para la opción del Partido Socialista Francés, antes el partido en el poder. El resto son ciudadanos que han abandonado la democracia y no quieren acudir a votar, han sido apartados del sistema, no creen que sus penurias las vaya a resolver un sistema que los margina. Y esto va en aumento en toda Europa.
Mientras creamos que un trabajador que cobra 600 euros al mes y madruga todos los días para dejarse el sudor, es el primer interesado en el sistema democrático por cobrar poco y ser "pobre", estamos demostrando que no entendemos nada.
Si al contrario vamos logrando que al sistema democrático sólo se mantenga con los “señoritos” de la sociedad, orillando a los que tienen problemas, u ofreciéndoles soluciones rayando la caridad, estaremos creando un caldo de cultivo muy peligroso.
En algunos ambientes ni a los partidos políticos nuevos, ni a las extremas izquierdas o derechas, les hacen caso los marginados de la pobreza leve, los duros trabajadores sin dignidad laboral. Y eso, lo miremos desde el cristal que nos venga más cómodo, siempre es peligroso. O somos capaces de reengancharlos a la democracia, o se convertirán en una enfermedad grave.
En algunos ambientes ni a los partidos políticos nuevos, ni a las extremas izquierdas o derechas, les hacen caso los marginados de la pobreza leve, los duros trabajadores sin dignidad laboral. Y eso, lo miremos desde el cristal que nos venga más cómodo, siempre es peligroso. O somos capaces de reengancharlos a la democracia, o se convertirán en una enfermedad grave.