Han pasado unos días desde el ataque terrorista contra Barcelona y Cambrils, y toca levemente al menos, un análisis o una reflexión personal, más pausada que la que puede venir en caliente, para vaciar las ideas y repensar un poco en donde estamos y hacia dónde nos pueden llevar los errores.
No todo se ha hecho bien antes y después de los ataques.
De todo se aprende. Pero no todo hay que enseñarlo.
La violencia terrorista busca miedo.
La respuesta de los ciudadanos es ejemplar.
Algunas declaraciones públicas producen pena y sensación de incapacidad.
Hay que aprender a defenderse.
No siempre la falta de libertad produce monstruos. No siempre la libertad (por desgracia) es la vacuna.
El terrorismo es un producto social muy complejo, con muchas aristas y motivaciones.
Los silencios también duelen. Pero a veces son mejores que las palabras.
Antes de calificar a alguien de héroe…, hay que contar hasta 1.000.
El terrorismo es una forma de guerra globalizada, que no conoce sociedades ni culturas, y que sobre todo entiende del tamaño del dolor y horror que produce. Al terrorismo le añadimos unas etiquetas según los periodos temporales, que no siempre se adaptan bien a lo que representan. Y si bien esto no tiene importancia a la hora del debate en la calle, sí lo tiene y mucha a la hora de encontrar soluciones.
En las guerras clásicas hay generales militares y un “super” general que es quien manda. Las órdenes son claras y pocas y esto suponía (o sigue suponiendo) un corsé que empaqueta la guerra. Se trata de ganar a costa de lograr territorio, de bloquear las economías, de producir dolor y debilitamiento en las retaguardias. Las guerras viejas las hacían (y hacen) los soldados y sus herramientas.
En las guerras nuevas algunos de estos elementos se mantienen. Otros ya no. No hay una cohorte de pocos generales, y cada soldado puede actuar por su cuenta, tras una órdenes muy generalizadas de no se sabe quien. Las herramientas para matar son mucho más baratas y fáciles, y aunque sí se busca un daño económico y social, sobre todo se busca la provocación de las sociedades hacia las que se ataca, para que ellas terminen su labor. No se trata de ganar territorio, pues este ya no tiene tamaño ni importancia. Se trata de ganar sociedades y opinión pública. La defensa en este tipo de guerras es muy diferente, pues de momento no se emplea a militares, excepto para casos de figuración. Debe ser la policía y su inteligencia la que obtenga éxitos.
En Bélgica, Italia o Francia sí se están empleando militares en labores antiterroristas. Pero su función es bastante irregular, pues no han sido preparados para este tipo de conflictos de calle. El ejemplo más sencillo de observar lo tenemos en Milán, donde los militares controlan los accesos a la Catedral del Duomo de Milán. Sinceramente creo que de forma irregular, aunque sean muy rígidos. En Bélgica su labor es más persuasiva, de presencia armada, de control.
Sin duda hay que profesionalizar más la defensa de las ciudades. Esto no es sencillo de admitir, pero inevitablemente lo tendremos que ir haciendo, mientras no seamos capaces de resolver este problema violento. Hay ciudades con miles y miles de cámaras vigilando incluso el interior de los autobuses públicos y aunque nadie lo desea es un camino. Las calles peatonales de muchas ciudades tienen bolardos más o menos discretos. El número de policías sin uniforme debe crecer.
La vigilancia desde la inteligencia policial debe mejorar y encajarse en un mando único. La integración social es una obligación como autodefensa y como derecho humano básico. Las financiaciones extranjeras de ciertas prácticas religiosas deben cesar con urgencia.