Están sobre la mesa ideológica de la izquierda excesivas cuestiones no resueltas que tendremos en algún momento que plantearnos con sinceridad y miras de futuro desde el siglo XXI en adelante, sin mirar en exceso al pasado.
Una de ellas es el “derecho a la autodeterminación” del que hoy habla Nicolás Sartorius desde su posición internacionalista. Y sobre el que quiero añadir algunas apreciaciones personales.
Es cierto que las integraciones en espacios más grandes, léase la Unión Europea en nuestro caso, y los nuevos conceptos políticos y sociales por efecto de la globalización, convierten en mucho menos necesario el citado derecho. Hoy las economías necesitan ser potentes para poder defender sus mercados, las sociedades deben ser grandes para poder asentarse en el mundo actual. Lo que no quita la necesidad de tener un mecanismo de salida.
También lo es que este derecho nace para facilitar la autodeterminación colonial de países oprimidos que necesitaban independizarse. Y que todos estos procesos ya acabaron o casi. Lo que tampoco evita que sea necesario tener mecanismos de cambios en los mapas, de forma pacífica.
Simplemente por algo muy obvio: o somos capaces de dotarnos de mecanismos pacíficos y reglados de divorcio negociado, o la violencia vendrá a ocupar el lugar de lo que no somos capaces de reglar.
Yo nunca recomendaría la autodeterminación a nadie. Ni a un matrimonio ni a un país europeo ni a un territorio concreto. No a Cataluña independiente ni al Brexit. Es un error, muy mal explicado, manipulado por efecto de los nacionalismos mal medidos, que no logra efectos positivos para sus sociedades. Otra cosa bien distinta es salir de una Unión de Estados, para pasar a otra Unión de Estados.
Existen conflictos entre territorios, sobre todo existen conflictos entre sociedades, alimentadas en el caso español y catalán por idiotas desde ambos espacios geográficos, que tienen mucha voz y nada de sentido común. Crecen los odios entre sociedades y personas y ese es precisamente el principal y grave problema. Debería existir el “derecho a la tranquilidad” o mucho más simple, el “derecho al sentido común y a la inteligencia social”.