Vengo de un fin de semana en el sudeste español con eñe mayúscula. De Valencia y Murcia capitales, en donde he podido ver y casi asustarme de la cantidad de españolismo mal entendido (por su potencia y explicación) que cuelga dentro de los salones, comedores, cafeterías, ventanas o dormitorios. Jopetas. Cuidado que nos estamos quemando.
Algunas de las conversaciones a las que he asistido me han dejado muy mal sabor de boca. Y no hablo de barrios bien, ni de familias con posibles o clases medias. Hablo de barrios y de familias de trabajadores ajustados.
Todos tenemos libertad para poder disponer de nuestras ideas y/o banderas como nos venga en gana. Sin duda ninguna para mi forma calmada de entender la democracia, es fundamental la libertad de opinión.
Pero la manipulación nunca me ha gustado. Y el espíritu que se cuece dentro de las opiniones que he escuchado, de lo que he soportado casi en silencio por respeto durante al menos cuatro conversaciones de varias horas de duración cada una de ellas, me ha asustado un poco más de los que venía de casa. Y no soy de asustarme.
El españolismo es una opción. Pero si va acompañado de insultos, de equivocaciones sociales, de manipulaciones escondidas en su educación, es un peligro. Y me da igual si esto está sucediendo en Barcelona, Gerona, Valencia, Huelva o Murcia. Cuidado que nos estamos cargando el Estado, el país, esa España que creemos defender.
Estamos sacando lo peor de nuestra mala educación.
Todos en sus conversaciones asistidas casi con vehemencia por los presentes, tienes un abanico enorme de soluciones para los actuales problemas de España.
Y eso me ha preocupado mucho más.
Esas soluciones violentas y fáciles, son tan invalidantes que abren la puerta de la violencia real a poco que salte una chispa sencilla. Preocupado he venido…, del españolismo escondido, del que somos culpables todos. Del que está saltando, incluso entre los pobres de dinero, sean jóvenes o sesentones.
¿Qué nos está sucediendo?