Yo creo que por desgracia en España una gran parte de nuestros ciudadanos siguen pensando que Franco no fue un viejo dictador sino un mal necesario, y que condenarlo es poco menos que una bobada. Nos les aparece muerto en la cama rodeado de una España alejadísima de Europa, sino un protector que tras 40 años había sabido dejar a nuestro país en los años míseros y oscuros que nadie en Europa tenía ya, y eso que ellos habían tenido una guerra mucho peor y casi una década después.
Sobre estas ruinas hemos construido una democracia, que no es poco sabiéndonos rodeados de tantos equivocados y analfabetos políticos. Pero sigue quedando el poso de los nietos de la dictadura, que sin haber conocido épocas de violencias y hambres, creen hoy lo que les cuentan los agradecidos del Sistema en blanco y negro o los que han crecido en una mala educación social.
Esto no ha sucedido en ningún otro país europeo con dictaduras, y debemos reconocer que todo tipo de catarsis son muy necesarias para empezar a reconstruir sobre las ruinas de muchos años. Hablo de Alemania, de Rumanía, de Italia, de Austria o Albania, pero podría señalar también a todos los países soviéticos o incluso a Portugal.
Un millón de españoles muertos entre ambos bandos españoles, muchos de ellos en sus mejores años de vida, sobre los que debemos admitir —como poco— su destrucción física o mental por sus ideas de innovación política y social. Y lo digo sabiendo que esto sucedió desde ambos bandos, aunque mucho más en el grupo ideológico perdedor donde no dejaron vivo a ninguna persona que supiera pensar.
Murieron los mejores, murieron todos los progresistas mayores de edad o los obligaron a marcharse de España, e incluso y tras su muerte, a los hijos de los que pensaban diferente al Régimen de mando les siguieron castigando llevándolos con hambre a su Frentes de Juventudes para limpiarlos y purificarlos.
La sociedad joven de 1975 éramos la de los hijos nacidos en los años 50 que habíamos conocido el hambre, el frío y el silencio. Yo tengo ahora 61 años y lo conocí sin acritud pero con exceso. Éramos hijos de falangistas o de asesinados, de obreros sin derechos o de mujeres sumisas y religiosas de rosario diario. Éramos niños de colegios sin libros o de colegios de curas y monjas donde nos trataban como “gratuitos”.
Así que ahora, más de 40 años después, ya es hora de que precisamente nosotros, los casi viejos actuales, empecemos a pensar que tal vez es buen momento para que los jóvenes de 1975, intentemos empujar lo que dejamos a medias en los años transitivos.
Hemos admitido con dolor que nuestros hijos y nietos no van a poder vivir económica y laboralmente tan bien como lo hicimos nosotros. Y debemos sentirnos responsables de que esto sea así. Nos han engañado, y lo curioso es que la mayoría de nosotros no nos hemos dado ni cuenta.