Cuando un político se equivoca amparado con el voto de dos millones de ciudadanos, cabe preguntarse si la responsabilidad de la equivocación es sólo de ese político, es compartida entre el político y sus asesores, o debe sers compartida entre el político y sus votantes.
El político es el que lidera y propone, los votantes son los que aprueban y además de aceptar, jalean. Si al final la decisión del político es de una idiotez supina, es curioso que los votantes suyos, los que jalearon y aplaudieron la idea o proyecto, se escondan en sus casa a ver la televisión.
Si a la mala consideración del oficio de político se suma el hecho de que haga lo que haga, si sale mal será culpa suya, y si sale bien será un éxito de todos, lo normal es que la mayoría de los posibles políticos se queden en casa a buscar oficios más tranquilos.
Curiosamente eso es lo que desean unos cuarenta millones de españoles, todos muy democráticos, deseosos de que siga nuestro sistema social, pero que odian a los políticos. La dictadura no ha acabado, y lo notan muy bien en Europa.