Uno con los años se va dando cuenta de que cada vez sabe menos cosas. Admitimos también que es tanto lo que nos queda por leer que llegamos a dudar si merece la pena seguir intentándolo, seguir leyendo, pues siempre se quedarán más cosas sin saber que las que creemos haber aprendido. Incluso algunos de nosotros entramos en esa fase deprimente de la duda existencial, de preguntarnos si realmente merece algo la pena de lo que hemos hecho, o de lo que nos queda por hacer.
Efectivamente las respuestas siempre son negativas. pero las diferencias de quien supera esa fase es que sabiendo que nada sirve para casi nada, admitimos también que eso no importa, que el camino es lo único válido y que hay que seguir recorriéndolo con alegría y disimulo. Como si no nos estuviéramos enterando de que todo es falso y de poca enjundia.
En estos tiempos líquidos, nada perdura. Y es tanta la sobreexposición a todo, que nos resulta casi imposible separar el polvo de la paja. Y lo digo así de raro. Pues nunca hay chicha dentro. O es polvo o es paja. ¿Hay algo aprovechable en esos periodos de la existencia humana que pasan sin pena ni gloria?
El Renacimiento fue el descubrimiento del Arte antiguo. Pero en realidad fue la constatación de que lo que se estaba haciendo antes no valía para nada. Se volvió hacia atrás, no desde la evolución, sino desde la revolución del retroceso. La Edad Media les parecía floja, pedregosa, aburrida, insulsa y llena de guerreros con cascos. Y decidieron olvidarla. Que es lo que harán nuestros nietos con todo esto que hoy vivimos.