Mis libros tienen los años contados. No me trascenderán en muchos de los casos, pues hoy los libros ocupan tanto que asustan. Mi hijo tienen casi tantos como yo, que superan los 1.500 y sus gustos no encajan con los míos. Ni el idioma de escritura tampoco. Así que los miro con la mira pena con la que yo me miro al espejo y les sonrío levemente.
No voy a poder leer todos los que me faltan. Entre otras cosas porque ya leo poco. Curiosamente consulto más que leo, dn estos tiempos en los que consultar a Google es tan rápido y sencillo. Pero no todo está siempre en San Google. Yo los libro, más que leer los empiezo. Que algo es algo. Siempre tengo seis u ocho empezados y otros tres o cuatro a medias. Según el temperamento del día cogo uno u otro.
Ellos lo saben y se prestan a mi juego. Son sabios aunque sean de papel. Tengo una biblioteca electrónica de otros 2.000 libros como poco pero esos si que nunca los leeré. Tengo otra media decena para los viajes que dentro de mi iPad juegan a entretenerme cuando la reato es largo y la conversación corta. A veces me sorprenden los digitales y me pregunto yo mismo por qué no soy capaz de seguir leyéndolos en el sofá. Nunca me respondo.
Los libros crean mariposas. Es cierto. Pero en el estómago. Son mariposas libres de los libros. Mariposas que ayudan a viajar sin moverte del sillón. Mariposas amigas y mariposas sabias. No concibo con facilidad esas viviendas que todos conocemos donde no hay libros de verdad. Los libros de postizo, esos que son todos iguales y que se compran por centímetros… esos no son libros.