Nada la hacía apenas diferente, de no ser porque unas manos la rescataron de aquel cubo, la envolvieron en papel y le ataron un lazo. Eso ya le hizo sentirse única porque era especial para dos personas. La que regala, y la que recibe el regalo.
Hoy esa rosa, la del canasto, está en un vaso, la miro cada noche, cruzamos dos palabras. Ella sabe lo que quiero decirle.
Y me responde… déjame secar y guárdame en cualquiera de tus libros. Recuerda siempre quien me compró y que significó para ti.