Si tenemos que explicar una nueva realidad al hundirse esa ya vieja realidad por culpa de un virus, si estamos convencidos de que nos viene una nueva sociedad, tenemos también que admitir que está todo por hacer y que no suenan nuevos caminos, nuevas ideas, nuevos proyectos con la misma fuerza con la que suenan los destrozos de la vieja sociedad ya hundida.
Es verdad que todo lo viejo nunca se quiere morir sin hacer ruido, y que su capacidad de defensa es tremenda, lo que nos muestra que igual no vamos a tener tantos cambios como nos imaginamos. Pero aún así, seguro que algunos sí tenemos, y que incluso algunos de ellos serán importantes. Cambios que notaremos, que nos transformarán, que cambiaran las formas del trabajo, del ocio, de la economía, de las ciudades y de las relaciones con otras personas.
El mundo no se va a derrumbar, no lo van a dejar caer los dueños del mundo. Perderían todo el tinglado montado. Y eso es una ventaja para los que no somos dueños de nada. Tranquilos, que los “amos” intentarán que esto no se derrumbe.
Pero a la vez deberíamos pensar si podemos influir en que sea algo mejor, más repartido, con más capacidad cada uno de nosotros de emprender ideas, trabajos, iniciativas, éxitos futuros para nuestros hijos. ¿Por qué no vamos a poder ser cada uno de nosotros dueños del diseño del futuro?
Si es verdad que está todo por hacer, es tanto como admitir que todo lo que hay ya no nos sirve y eso hay que explicar que es un error. No se trata de construir todo de nuevo, sino de reconstruir a base de lo que vamos a decidir que no vale. Y es posible que unos optarán por salvar unas cosas y otros por otras cosas diferentes. Yo que tengo bicicleta quiero salvar las bicicletas, pero quien tiene patines deseara salvar los patines. ¿Y tú qué tienes?
Tal vez la pregunta correcta sea: ¿En qué medida YO puedo hacer algo si es verdad que está todo por hacer?