Yo creo que ya el Sida nos tumbó unos buenos años. Aquello sonaba a castigo divino. Luego vino el ponerse exquisitos todas y todos con el sexo y aquello mas que una orgía para normales era un freno sin control. Todo parecía estar mal.
Ahora los ingleses ya advierten que por el coronavirus se tiene que dejar de hacer sexo fuera de la casa, algo que con mi edad ya no es problema. Vamos, ni de joven, y lo digo con esa tontería del tonto que admite su tontuna.
Así que siempre me quedó el jamón, el salchichón picante, la cecina y la cabeza de jabalí de la buena. Y el vino, claro está. A falta de sexo nada como comer y si además lograr ser de los que engordan lo justo, pues ya agradecido con el mundo. Así que efectivamente, yo siempre he tenido charcutero o charcutera de confianza.
En las Delicias era exquisita y casi no cabíamos los clientes de tanto surtido alrededor de las paredes. En Miguel Servet lo delicioso era entrar a comprar y oler. En el Bajo sigue siendo una delicia ver los carteles con la procedencia de los chorizos. Y en La Jota lo bueno y curioso es el jamón cocido italiano y el chorizo de Salamanca. Menos normal es caer en el Tajo Británico, que allí sí, hay que moderarse.
Y para terminar debo recordar el corte a cuchillo del Mesón del Jamón de Madrid, habitual en mis cenas hoteleras con unas piezas de jamón de Salamanca o de Extremadura, sin nombre caro, pero fabulosos para tomar con pizcas de pan y vino de Rioja. Y os lo juro, casi no engordo.