Vamos de manía en manía y ahora nos toca prohibir fumar por las calles. Y la medida la critico yo, que nunca he sido fumador. Pero me joden las prohibiciones. Y sobre todo las que vienen motivadas por los nervios, por las decisiones sin asegurar, por las modas o las incapacidades.
Nadie puede negar que fumar en la calle está feo, es pecado y ademas expulsas humo. Pero siendo cierto, yo me pregunto: ¿Cuando hueles a sudor de alguien con el que te cruzas, es porque en realidad estás metiendo en tu cuerpo micro partículas expulsadas por esta persona? ¿Le huele la boca a tu vecino de bus urbano?
Sin duda lo es, respiras lo que expulsa el vecino. Y lo mismo sucede si te penetra Chanel 5 o una tufarrada de chorizo guisado. Así que las prohibiciones deberían ir más lejos. De entrada obligar a ducharse todos los días al menos una vez. Y multa si los guardias detectan que olemos fuerte.
Ante la pandemia, como no hay medidas milagrosas y queda feo que suban los contagios sin tomar medidas, cada mando en plaza se imagina alguna cosita para decir que hacen lo imposible. ¿Por qué no diseñamos una mascarilla con agujero para meter el cigarrillo? ¿Y por qué no inventamos una bolsa hermética para que las exhalaciones del tabaco se puedan guardar?
¿Y si el alcohol cura, y el COVID-19 entra por la boca principalmente, donde se aloja y se multiplica antes de entrar a los pulmones, no sería bueno recetar Gin Tónic por la Seguridad Social, como medida paliativa?