Vamos a rascar un poco sobre una palabra japonesa que es un sentimiento, una sensación vital que desde nuestra cultura también debemos abrazar. Se trata de "ikigai" traducido al castellano como un proceso de búsqueda de la razón de seguir bien vivos, peleando, creando, trabajando con ganas de hacerlo cada vez mejor.
El Sentimiento o la Razón de Vivir.
Tenemos una profesión, y lo bueno es que además fuera nuestra vocación, esa misión vital que debemos cumplir en la vida con toda la pasión de la que seamos capaces de añadir.
Encajar bien aquello por lo que te pagarían un sueldo, con lo que sabes hacer bien, con aquello que te gusta hacer y con lo que la sociedad necesita que se haga.
En realidad tenemos a lo largo de nuestra vida varios ikigai, no siempre es el mismo ni incluso parecido. Es el motor que nos mueve, la "meta" hacia la que nos dirigimos con todas las sensaciones (no solo la económica) para convertir nuestra vida en algo que merece la pena para los demás y para nosotros mismos.
Esta palabra refleja una sensación vital a modo de pregunta: Estoy Vivo y debo tener una Razón para vivir.
Ser útil para la sociedad es una de las razones más poderosas para estar feliz, para sentirse contento contigo mismo. Y esa simple felicidad sirve para alargar tu vida y sobre todo para complementarla, para llenarla de sentido.
Pero el ikigai es algo que tenemos que notar nosotros mismos, no podemos esperar a que nos lo hagan notar, depende de nosotros, de sentirnos bien por sentir que merece la pena estar vivos haciendo lo que nos gusta y para lo que valemos. Comprendernos y saber qué fuerzas tenemos para poner en funcionamiento una vida, la nuestra, que sirve para los demás.
El ikigai está para ser expandido, no se puede quedar dentro de nosotros, no se puede estancar en el pensamiento. Es una labor activa, una categoría vital que hay que practicar y entregar. El ikigai es para hacer, repartir, practicar, mejorar constantemente todas las horas de cada día.
El motivo por el que nos levantamos cada día para expandir la energía, repartir el trabajo y nuestros conocimientos.
Pero es posible que con el tiempo perdamos ilusión en nuestro propio ikigay, que empecemos a dudar de su eficacia, de la nuestra, de su sentido. Para ello hay un consejo sencillo. Hay que volver a la infancia.
Cuando somos niños o jóvenes nos vamos haciendo ilusiones de futuro, nos planteamos búsquedas para saber qué queremos ser en la vida, qué somos capaces de hacer. Es posible que en esos tiempos puede que incluso lejanos, hayamos dejado olvidadas algunas actividades que no hemos sabido o podido poner en práctica.
Y es posible que esos ikigai puedan retomarse otra vez, podamos volverlos a convertir en un primer plano vital, en los nuevos ikigai que nos vuelvan a dar energía, pues ya al principio decíamos que en nuestra vida no tenemos un solo ikigai sino varios.
Crecemos, cambiamos, nos cambian las circunstancias y por ello debemos cambiar nuestras formas de encarar nuestras vidas y nuestras actividades.