A las 10 de la noche de cualquier día loco puede suceder que incluso Papá Noel quiera tener vida propia. Yo lo viví en Benidorm que es lugar muy dado a señoras inglesas de ginebra con algo de tónica.
El caso es que mientras todos escuchábamos en la cafetería del hotel a una pareja bien montada tocando a Elvis, la señora de la ginebra le daba por bailar con un Papá Noel enorme de los de culo gordo, pero todo él de trapo y cartón.
Lo había encontrado entre los aditamentos de una Navidad prematura que sale en septiembre en las tiendas de Todo a 100.
Lo curioso de la dama de la ginebra era que se mantenía mucho mejor en equilibrio mientras bailaba con el Papá Noel que cuando se disponía a sentarse sin música ni marcha.
Lo curioso de la dama de la ginebra era que se mantenía mucho mejor en equilibrio mientras bailaba con el Papá Noel que cuando se disponía a sentarse sin música ni marcha.
Cuando intentaba ir hacia su mesa es cuando se le vencía el señor de rojo hacia un lado. Y ella demostraba a todos que era más interesante observarla por si se caía con el de rojo, que escuchar a la cantante que emulaba a Elvis.
La otra curiosidad de la dama inglesa es que tarareaba todas las canciones demostrando que la ginebra no te resta memoria, si acaso equilibrio.
La otra curiosidad de la dama inglesa es que tarareaba todas las canciones demostrando que la ginebra no te resta memoria, si acaso equilibrio.
Y que sus gestos risueños y amables se volvían ariscos y agrios en cuanto acababa la canción y tenía que cargar con el Noel de tela y cartón sin movimiento propio.
A la mañana siguiente no bajó a desayunar. Se perdió entre esa Navidad de septiembre llena de cartón y fieltro y el propio Papá Noel que vete a saber con qué intenciones subió a la habitación de la señora. Digo yo.
A la mañana siguiente no bajó a desayunar. Se perdió entre esa Navidad de septiembre llena de cartón y fieltro y el propio Papá Noel que vete a saber con qué intenciones subió a la habitación de la señora. Digo yo.