Estas mierdas que os escribo son parte de un Dietario clásico, de un Diario de Viajes por la vida, que es al fin para lo que se crearon hace años los Blogs aunque ahora ya se hayan pervertido buscando no morirse por saturación de otros Dietarios más "raricos".
Un Dietario es siempre un Diario íntimo que utilizamos para vaciarnos, y que a veces en este Nuevo Mundo (no es el de Dvorak) lo repartimos gratis para que lo lean gentes de todo tipo de color y estatura, sexo, pensamiento y ánimo. Es un ejercicio arriesgado y tonto, pero hoy el mundo está lleno de tontos como yo. No hay problema por eso.
Los que gritamos en silencio nos conformamos con que nos vean gritar, ni tan siquiera queremos que nos escuchan, eso ya debe ser la hostia, no, nos conformamos con gritar fuerte y creernos que alguien nos mira levemente. No está mal el sueldo, pues así alimentamos otra vez las gargantas que se vacían.
Siempre hay mierdas por las que gritar. Y siempre hay silencios cómplices por los que callar. Y en esa pelea estamos todos. Entre el grito que no sirve para nada, y el silencio que todavía sirve para menos.
Yo nací en los años del hambre. O mejor dicho en los de la post hambre que eran esos años en los que solo los pobres teníamos hambre. Poco a poco los ricos siempre se salvan de todo lo malo antes que los pobres. Cosas de Dios, creo que son.
Pues eso, que nací en los años 50 y aquí estoy viendo la pandemia desde la ventana mientras me he sujetado con unas cadenas a mi mesa de ordenador para que mis hijos no se me lleven a una Residencia, que allí se nos mueren los pensionistas para equilibrar gastos. Por fin han encontrado la forma de bajar el gasto en pensiones. Y no ha sido privatizando nada, pues la muerte siempre es pública y silenciosa. Excepto para quien se muere, que es privada y llena de ruidos interiores.