Todas las mañana empiezo de la misma manera el día, ganas de ser repetitivo pero dejando al albedrío que todo circule como quieran otros. Miro unos datos de la noche, mierdas de contagios para amargarme, luego los titulares de Heraldo y El País y caigo en la tentación de la música, de recoger la indicación sonora que mi amigo Luis Iribarren —desde sus deseos de repartir música por él seleccionada— me manda casi todos los días como un detalle sonoro elegido por él, para comenzar la jornada.
Es decir, empiezo el día al ritmo que me marca Luis.
Si él ha decidido que hoy empiece lento y triste lo consigue. Si me quiere imaginar alegre y vivaracho me manda su selección para moverme las tripas. Y a veces dejo que el propio YouTube siga libremente seleccionando más músicas similares y así caigo en la barbarie más absoluta. No soy yo, soy la mezcla de Luis y de unos algoritmos de YouTube.
Hoy ha sido la suavidad de Kamasi Washington que te obliga a repensar si lo que haces está bien o es insuficiente. Todo un ejercicio de replantearse cosas a la ocho de la mañana, que es una buena hora para escuchar también como te preparan el desayuno de café con leche y tostada de barra de pan con mermelada de naranja amarga.
Hoy ha sido la suavidad de Kamasi Washington que te obliga a repensar si lo que haces está bien o es insuficiente. Todo un ejercicio de replantearse cosas a la ocho de la mañana, que es una buena hora para escuchar también como te preparan el desayuno de café con leche y tostada de barra de pan con mermelada de naranja amarga.
A veces dejo de elegir la música de Luis y soy yo quien prepara el desayuno, y ese día caigo a las 8 sobre las noticias de la tele y ya es empezar el día como mal, como torcido. Por eso lo mejor es dejarse llevar y esperar a que te preparen la tostada con amor, te envíen la música como una flor fresca de la mañana.