Hoy, 16 de enero, es el Día Internacional de las Croquetas, que es tanto como ponerle días a todos por guasa o por capricho. Las croquetas son un inventa maravilloso, pero cuidado, no a todo lo que llamamos croquetas se le pueden llamar croquetas. A mi me gustas las suaves, casi líquidas, de jamón, de bacalao, de gambas, bien crujientes y recién hechas.
En mi primer trabajo allá por el viejo año de 1970 (hace un siglo o más) había salido hacía muy poco un aprendiz que era famoso por sus croquetas. Aquella empresa era fabulosa, en serio. Contaban los oficiales que aquel chaval traía para desayunar bocadillos de croquetas que le preparaba su madre. Unas croquetas realmente de cemento armado, y que el hijo sacaba una del bocadillo de pan y la lanzaba con todas sus fuerzas contra el techo de la habitación del taller.
Si la croqueta se quedaba pegada en el techo era buena, si rebotaba y se caía al suelo casi como una pelota es que no había superado la prueba. Cemento armado y todo el bocadillo a la basura. Cosas de la viejas escuelas de aprendizaje. Las croquetas de verdad, las buenas, con un poquito de mayonesa picante en un platito para mojar si se quiere, pueden alcanzar el cielo del paladar sin provocar mucho.
Y recordemos que la forma de la croqueta es lo de menos, las hay redondas, alargadas o cuadradas. Todo sirve si están casi líquidas y crujientes. Y sí, lo sé, podría haber puesto la imagen de la croqueta ya frita, dorada, crujiente. Je je je. Pues… igual es que no he querido.