Vamos a intentar ser sinceros. Con el COVID-19 estamos teniendo suerte. Y todavía no estoy del todo tonto. Esta pandemia está matando aproximadamente al 2% de la población infectada. Es mucho, una barbaridad que ya haya matado a dos millones de personas en todo el mundo. Pero son el 2% de los contagiados, aunque se haya cebado en algunos segmentos por edad. Es una cifra MUY baja con arreglo a otras pandemias que hemos tenido en el mundo, con arreglo al número de fallecidos que sufren enfermedades contagiosas. De sarampión fallecen un 1,4% de los contagiados. Pero la tuberculosis mata al 12,7% de los infectados.
Cuando vemos películas catastróficas se habla de un 10% de fallecidos o incluso de un 33% de muertos por las enfermedades inventadas para producir terror en el cine o la televisión. Incluso en estos meses últimos el número de fallecimientos por contagiados es inferior al 1% de la población infectada.
¿Esto supone que debemos perder el miedo a la enfermedad?
El miedo es subjetivo. ¿Quieres morirte tú? No, yo no. ¿Y quieres que se mueren tus padres o abuelos? Pues de eso se trata.
Hay enfermedades que afectan más a los niños, la hambruna o el cólera por poner dos ejemplos terribles que enseguida se entienden. Pero el COVID-19 afecta más a las personas de más edad. Y eso hace que a una parte importante de la sociedad le parezca una enfermedad relativa.
¿De verdad existe ese egoísmo social? Pues seamos sinceros. SI.
Y eso lleva a la dificultad añadida de que los que menos afectados se sienten, más interactúan a favor de la enfermedad. No la sufren como enfermedad grave, pero la contagian como enfermedad sin solución.
Es curioso que a los homicidas se les detengan si matan a alguien en un accidente, pero a los que contagian con resultado de muerte no se les juzgue.