Se nos solicita que practiquemos el desapego como forma de ser más libres y por ello más responsables con nuestra forma de actuar y pensar. Pero no siempre tenemos claro que es el apego y el desapego, pues confundimos su alcance. Incluso no siempre sabemos lograr salir de un excesivo apego.
El desapego no es convertirnos en seres fríos e indiferentes ante los demás o ente los hechos normales que nos suceden por la vida. El desapego no es que dejemos de amar o que ya no intentemos ayudar a los demás. No es eso.
Fijémonos en el trabajo de un médico. A su consulta le llegan decenas de enfermos todos los días, con severos problemas algunos de ellos. Si el médico no fuera capaz de tener desapego hacia los problemas que le llegan se moriría en cuatro días fruto de la pena y el dolor interno al ver que no puede hacer lo que necesitan sus pacientes.
El médico debe tener desapego hacia sus pacientes, pero por ello no deja de comportarse con cada uno de ellos con la mejor de sus calidades profesionales, ayudando a que superen sus problemas, a que se curen, a que mejores.
Cada vez que un enfermo sale de su consulta entre uno nuevo. Con la salida del enfermo debe salir el problema de su cabeza, para vaciarla y estar dispuesto a recibir otra. Cuando cierra la puerta del día, se vacía de todas sus historias clínicas, pues empieza su vida familiar, su vida social, y la debe emprender con limpieza de problemas, como cualquier otra persona de las que le rodean.
Desapegarnos de un amor es separarnos para no depender de él, para que la importancia de ese amor no sea tan grande que nos reste libertad mental y emocional. Pero no es dejar de quererle con todas nuestras fuerzas medidas y necesarias.
Cada uno de nosotros somos responsables de nosotros mismos y debemos resolver los problemas que nos corresponden a nosotros, pero no los que les corresponden a “otros”, pues en principio les restaremos “su” libertad para equivocarse o acertar.
Hay que desapegarse también de los problemas que nos afectan a nosotros solos. Si un problema no lo podemos resolver, no es posible o no somos capaces, debemos convivir con el y acostumbrarnos a el. Pero no sufrir por el y con el.
Queda mucho más alrededor de nuestras vidas, temas y asuntos diferentes al problema que nos bloquea como para que este ocupe toda nuestra atención vital y nos robe las posibilidades de disfrutar del resto.
Hay que vivir el “ahora”, el presente, como única posibilidad real que tenemos. Da igual si pensamos en Dios, en la casualidad, en el catastrofismo o en la suerte. Las situaciones son como son y no deben bloquearnos, apoderarse de nosotros en su totalidad.
El desapego es también relativizar todo un poco más de lo que hacemos y no quedar sujeto ante ningún problema ni ante ningún gozo. Las partes buenas de la vida también nos pueden producir dependencia y por ellos ser perjudiciales para nuestro desarrollo.
Todo nos debe importar, pero en su justa medida, no tenernos sujetos y atrapados. Hay que liberarse de las ataduras excesivas, de las implicaciones mentales que resultan dañinas para nuestra libertad personal y para los que nos rodean. La culpa es uno de los síntomas más sencillos de detectar, para saber si estamos excesivamente apegados a algo.
Tal vez haya que replantearse tres acciones sencillas para lograr ese desapego suficiente para que no nos atenace, con tres fórmulas simples: Hacerlo honestamente, de forma abierta para seleccionar y medir hasta donde es bueno el desapego, y con voluntad seria de intentarlo sin perder nunca el amor y la relación entre las personas cercanas.