Todos tenemos alguna vez la sensación (y a veces incluso la necesidad) de que nuestra salida vital sea escaparnos hacia una isla desierta, abandonando la tranquilidad fingida, nuestra zona de confort para buscar la aventura y el cambio. Una isla la mayoría de las veces mental, ficticia, pero real en cuanto a decisión y sobre todo a necesidad. Un espacio nuevo, vacío, distinto, sin personas en la mochila.
Pero si nos llevamos a ese viaje interior o exterior alguna de las mochilas viejas que ya hemos ido guardando —las negativas también vendrán pues no es fácil detectar todas ellas para separarlas de las buenas— aunque construyamos un castillo maravilloso en la nueva isla, será un edificio de barro y se hundirá a poco que sople el viento.
Escaparse a una isla supone empezar de nuevo, sin cargas mentales. ¿Estás dispuesto, sabes hacerlo?
Y sobre todo si lo necesitas, si lo anhelas, es cierto que debes intentarlo. Pero no corras mucho. Planifica, elige, separa, abandona, vuelve a planificar y a elegir. No tengas miedo y si no has dado ningún paso irremediable, si solo estás planificando, todavía puedes quedarte en tu actual isla, aunque esté llena de bichos. ¿Has probado desinfectarla?
Y si al final optas por irte a la nueva isla, recuerda que siempre quedarán cosas importantes en el camino a costa de las nuevas, pero es la vida, es el ejercicio simple de la libertad. Las islas desiertas existen, pero las tenemos que construir nosotros mismos.