A uno, como persona, le faltan excesivos poderes. No podemos resucitar a nadie, por poner un ejemplo útil. Eso nos lleva a la conclusión de que somos imperfectos y de que nos moriremos para siempre. Nadie podrá resucitarnos.
Y esto lo sabes siempre tarde, cuando se nos ha muerto algún ser querido y al recordarlo notamos el gran vacío que no podemos llenar, no somos capaces de llenar. Es en esos momentos cuando sabes ya, sin duda, de que la muerte es algo muy serio, tanto como la vida, y que tiene un poder que no podemos doblegar cuando se empeña.
Siempre vemos morir a los demás, nunca nos vemos morir a nosotros mismos aunque lo suframos muy de cerca. Para verlo tendríamos que estar fuera, afuera, y eso tampoco es posible.
Así que nos hemos inventado la vejez como seres animales que somos, para ir perdiendo facultades y hacer más llevadera la muerte.
No es que al final se desee, es que al final va llegando suavemente y te acaricia mientras la acaricias. Nunca te haces amiga de ella, pero la comprendes y le dejas estar deambulando cerca, como un mal menor.
Nos faltan poderes, incluido el de entender que la muerte es gran parte del sentido de la vida.